"El Periodista de Buenos Aires", 18-10-86 |
nota aparecida en "El Periodista" de Buenos Aires a días de su muerte
Enfermo, solo, casi olvidado por los hacedores de famas y glorias, Antonio Di Benedetto se ha refugiado en sus sueños. que él define "Sombras. y algo mas). Hace varios años (antes de que una patrulla militar lo secuestrara de su casa. en Mendoza) Di Benedetto opinaba "Yo creo que el hombre no es naturalmente bueno por el contrario, Ias necesidades, el afán de descollar. hacen que el hombre use muchas armas innobles. Si se porta bien es por obligación de la sociedad. Adentro suyo. se tortura. Por eso necesitamos la confesión. Por lo común nos rodean oídos sordos. La confesión busca sacar el veneno que tenemos adentro, busca el perdón. ¿Y quien es el que en forma directa nos otorga el perdón? La madre. Yo la perdí. Lo que yo siento en estos momentos es una soledad individual muy profunda, gran pudor en los sentimientos. Se me ha vuelto un tremendo problema exteriorizarlos. Si me juzgo -como todos los que fuimos inventados por Pirandello o Dostoievsky-, me siento solamente culpable y sin redención. Porque, ¿Quién me perdonaría? La otra alternativa de confesión la da el amor en pareja, que quizá sea la única salvación del hombre en sociedad". De alguna manera. en esta confesión podría resumirse todo el universo de este admirable escritor, de estilo riguroso, ceñido, que no permite ninguna distracción en el lector. **** Zama cuenta con un lenguaje castizo. bello, perfecto, la larga, infinita espera de un funcionario del imperio español en América que aguarda. en Asunción del Paraguay, ser trasladado a Buenos Aires. La espera de don Diego de Zama, en realidad, es una espera existencial, que lo degrada en su soledad, que lo hunde en sus culpas. "Europa, nieve, mujeres aseadas porque no transpiran con exceso y habitan casas pulidas donde ningún piso es de tierra -reflexiona Zama- Cuerpos sin ropas en aposentos caldeados, con lumbre y alfombras. Rusia, las princesas. Y yo así, sin unos labios para mis labios, en un país que infinidad de francesas y de rusas, que infinidad de personas en el mundo jamás oyeron mencionar; yo ahí consumido por la necesidad de amar, sin que millones y millones de mujeres y de hombres como yo pudiesen imaginar que yo vivía, que había un tal Diego de Zama, o un hombre sin nombre con unas manos poderosas para capturar la cabeza de una muchacha y modelarla hasta hacerle sangre". **** Zama fue publicada en 1956. Tuvo excelente crítica; tuvo poco lectores. Su autor siguió, empecinado, obstinado, cultivando el silencio. Ia humildad, lejos del "mundanal ruido". Ocupado varias horas al día por el periodismo, dedicaba los fines de semana a elaborar -pacientemente- una de las cumbres mayores de la narrativa Argentina. "El escritor debe producir primero el rechazo del lector, a raíz de que ese rechazo lo conmueve, empezar a elaborar la novela, a conseguir que la descubra en todos sus pliegues y repliegues más preferidos. Si el lector se siente identificado con el protagonista, se perderá". Es difícil identificarse con Aballay, personaje de un cuento antológico. Es imposible, en cambio. no admirar su perfección, su manejo del idioma su tiempo narrativo. Aballay resume, en pocas páginas, la concepción existencial de Di Benedetto, en donde el absurdo es, también, una cara del destino. Como la culpa. "Yo pienso mal del hombre -dice el novelista-. No es que yo piense mal de mi semejante, de mi vecino. Sencillamente pienso que yo -como carne. como ente pensante y actuante- no tengo las virtudes que debería tener. Nunca, o muy rara vez, cometo una buena acción... y no es nada frecuente que tenga buenos nobles pensamientos". Aballay, un gaucho que debe una muerte no puede apartar de su memoria la imagen de un niño, hijo del hombre que él ha matado. El niño, vio como Aballay mataba a su padre. Un día, el gaucho escucha el sermón de un cura. Y queda fascinado con la historia de los estilista que pagaban sus culpas habitando una cueva o la cumbre de una montaña. Aballay quiere imitarlos. Pero en la pampa no hay montañas. Decide, entonces, ser un estilista ecuestre. Montará en su caballo y no bajará más de él. El destino, sin embargo, lo está esperando: el niño. ya mayor, lo enfrentará . Las constantes de "la culpa" y "la muerte", muestran también cómo era Di Benedetto. La culpa y la muerte también signan "Los Suicidas", mención especial en el concurso de novela Primera Plana Sudamericana,1967. Aquí Di Benedetto construye una historia casi "periodística", un informe despojado de frases cortas que un cronista desliza con fría objetividad. Texto camusiano. recorrido por una cruel melancolía, "Los Suicidas" es una nueva vuelta de tuerca en la obra de quien -según Borges- ha escrito "páginas esenciales que me han emocionado y que siguen emocionándome".
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